Tenemos fe. Con Dios, lo imposible es posible. Tenemos esto. Tenemos este... y luego la tormenta golpea y volvemos a ella con todo el sentir, nuestros miedos y nuestra lucha por el control.
En realidad, hay una línea fina entre la fe y la duda y he flaqueó entre los dos más de lo que me importa admitir.
Cuando ponemos nuestros ojos en Jesús, podemos conquistar cualquier cosa. Pero cuando nuestros ojos se desvían, nos hundimos. Es una fórmula bastante simple. Un minuto caminando con confianza sobre el agua, el siguiente-un terror lleno, espiral fuera de control. Es curioso cómo la vida es así.
¿Cuándo aprenderemos a recordarlo?
¿Cuándo aprenderemos que nunca fuimos nosotros los que tenemos el control?
Lo haremos, cuando aprendamos a mirar de nuevo.
Pedro clamó con confianza a Jesús para llamarlo en el agua. En este punto, la tormenta y la profundidad del mar eran intrascendentes, no eran nada comparado con la gloria de mirar a Jesús en la cara. Él estaba en una alta fe, listo para enfrentar cualquier cosa, hasta que el viento y las olas, comenzaron a llamar la atención, recogiendo la velocidad y alejando su atencion de la mirada de Jesús y en el peligro. Inmediatamente comienza a hundirse.
¿Lo has capto? Cuando nos centramos en las circunstancias, nos hundimos. Cuando miramos la tormenta en vez de Jesús, nos hundimos. Cuando miramos a cualquier parte, pero Jesús, lo adivinó, nos hundimos.
Sólo toma una fracción de segundo, pero tiene consecuencias terribles.
Alabado sea Jesús, no estamos condenados a nuestro hundimiento. Alabado sea Jesús, no estamos condenados a nuestras circunstancias ni a nuestra tristeza, ni siquiera a nuestro desmembramiento. A pesar de que somos una gente voluble y miramos hacia fuera-podemos mirar de nuevo. En el momento que lo hagamos, esa tormenta ya no parece tan intensa. Se trata de enfocar. Se trata de perspectiva. Es sobre nuestra mirada.
¿Dónde estás buscando-tus circunstancias, o tu Salvador?
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